Cómo desmotivar intentando motivar

Uno de los errores más habituales de las personas que gestionan equipos es el de intentar aplicar soluciones universales a cualquier situación. Son muy pocas las acciones que sabemos que siempre serán positivas para quién las recibe: un reconocimiento del trabajo bien hecho, mayor flexibilidad horaria, un incremento salarial... Sin embargo, solemos dar como válidos otros gestos como:
  • Un ascenso. Puede suponer un problema para una persona que no quiera más responsabilidades de las que ya tiene. Además, suele requerir mayor dedicación de tiempo y esfuerzo que no siempre se considera correctamente compensada con el incremento salarial que pueda suponer.
  • La implantación de un mejor horario en la oficina. Imponer un nuevo horario, aunque pueda parecer claramente mejor que el anterior, supondrá que los empleados deban modificar sus rutinas y esto no siempre es fácil. A lo mejor, un/a padre/madre ya tiene solucionado el canguro para recoger a sus hijos a la salida del colegio, pero ahora deberá cambiar de persona para buscar a alguien que los lleve por la mañana.
  • Dar mayor autonomía a los empleados. No todos los empleados están en condiciones de trabajar de forma totalmente autónoma. Algunos necesitan y agradecen tener una mayor supervisión para sentirse más seguros en su día a día. Es posible que les falte formación, experiencia, recursos, etc.
  • Crear un departamento de felicidad en la empresa. Somos muchas las personas a las que nos preocupa mucho el hecho de pensar que la empresa tiene el poder de gestionar nuestra felicidad. Es un problema de concepto, de qué significa para cada uno ser feliz, pero "vender" que conseguiremos la felicidad en esta vida por trabajar al lado de un futbolín parece muy frívolo.
  • Desayunos/comidas para hacer equipo. Siempre habrá empleados que vean algún problema a este tipo de gestos: "se hacen fuera del horario laboral para fastidiar", "tengo que pagar dinero para asistir", "tengo mucho trabajo para perder el tiempo en estas cosas"...



El problema viene de la obsesión por motivar a nuestros empleados, en lugar de preocuparnos por no desmotivar. Cualquier persona tiene su ilusión y motivación a tope el primer día en un nuevo empleo. Salvo en muy contadas excepciones, llegan con ganas de hacer las cosas bien, de demostrar su profesionalidad y de responder a la confianza que la empresa a depositado en ellos. A partir de ahí, va bajando y evolucionando, pero difícilmente vuelve al mismo nivel. La dificultad de la gestión de personas es que cada uno somos de nuestra madre y nuestro padre y lo que motiva a una persona puede desmotivar a otra. Es más, lo que nos motiva a los 20 años tiene poco que ver con lo que nos motiva a los 35 o a los 55. Por lo tanto, no existe más que una solución universal: conocer a nuestra gente, saber qué quieren, qué necesitan, qué esperan de nosotros y aportar soluciones flexibles en cada caso. Es imprescindible hablar con la gente y sobretodo escuchar de manera activa y para hacerlo es imprescindible estar con la gente. No se puede escuchar a la plantilla sin salir del despacho, sin generar confianza o buscando el error de forma obsesiva para castigarlo.

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